Dormí once horas. Me desperté al amanecer, sí, pero después seguí durmiendo hasta casi el mediodía. Salí temprano en la tarde de nuevo a esa ruta de las curvas, para llegar a otra ruta de las curvas, la que une los pueblos de Cinque Terre por montaña. Esta vez no usé la campera de motos, la até a la mochila para evitar deshidratarme transpirando. De todas maneras difícilmente superara los 70km/h en estos caminos. Paré en Vernazza y me metí al mar:

Vernazza

Estos pueblos son hermosísimos, pero también popularísimos, y esas dos características van un poco en conflicto. Lugares donde los vehículos no entran porque son muchos para las pocas y pequeñas calles; caminar y sentir que uno está en una urbe; no encontrar fácilmente mesas donde tomar un refresco o rocas donde tomar sol. De nuevo, los pueblos tienen una belleza única, son como cinco Iruyas en Liguria, y esa belleza trae además la popularidad que no le llega tanto a Iruya (Jujuy) por su difícil acceso. No es perfecto que es lo que siempre escuché. Y volvería mil veces.

En viaje a Camogli me empecé a sentir un poco mareado. Subidas, bajadas y curvas son la constante, y una hora de mover el cuerpo para llevar la moto por esos lugares me dejó atontado y feliz. Paré a descansar a la sombra de un árbol, y bajé a Levanto a cargar combustible humano en un barcito. Desde aquí seguí por la costa en dirección a Camogli. Lo primero que encontré fue un túnel con un semáforo que da el verde cada diez minutos:

Túneles lúgubres en la ruta costera

Esperé mi turno a la sombra y arrancamos. Ojalá hubiera podido grabarlo. Del intenso sol y claridad veraniegas pasamos a unos túneles de una sola mano, mal iluminados, con olor a humedad vieja, y fríos. Había pocos cortes de ruta abierta en el túnel, y entonces volvía el Verano, para entrar de nuevo al túnel que tenía ese ambiente de fantasmal otoño. Hasta que salí del último, y aquí estaba de vuelta en la realidad de la costa italiana previa a la Costa del Sol.

Oh sorpresa, eran las 6 de la tarde y no había llegado a la mitad del camino de mi objetivo del día, Mónaco. Es que la ruta de montañas! Es que el mar! Es que las vistas! Hice pocos kilómetros para tantas horas, porque disfruto tanto estos caminos y pueblitos. No quiero subir a la autopista, sería como llevar tanques de oxígeno a la montaña para mi. En Camogli me metí al agua. La belleza es la vista desde el agua a la playa y pueblo, lástima (o suerte) que no me metí con el teléfono/cámara.

Ya cerca de Portofino la ruta de nuevo se llenó de vehículos. El tránsito se puso italiano, pero cómo valió la pena! La arquitectura y vistas son sencillamente inigualables, y tan fáciles de disfrutar cuando se viaja en moto.

Puerto y barcitos de Portofino

Puerto de Portofino

El cansancio físico se empezó a notar de nuevo, e intenté tomar autopistas a Mónaco. Sin GPS es difícil, porque si me equivoco en una salida termino media hora más lejos, que implica otra media hora de vuelta. Me pasó, y me puso de mal humor por un rato. Además, no estoy preparado para ir a más de 100km/h: la campera de moto me queda grande y flamea tironeándome los brazos, y viajar sin campera es peligroso (una piedrita deja un moretón por lo menos). Viajé por la irresistible ruta costera y, cansado al anochecer, paré por un hotel en Varazze, donde me recibió un festival local:

Festival en Varazze

Ya no quedan días para visitar Mónaco y cruzar los Alpes de vuelta a Suiza. Tengo que devolver ahí la moto, así que decidí al principio dejar Mónaco. Me hizo sentir sabio, a la manera de los montañistas que están cerca de una cumbre pero deciden no hacerla por seguridad al volver. Además, más vale disfrutar de un placer medio que no poder disfrutar de la frutilla del postre por profundo cansancio.

Peero, llamé a familia y me dijeron que soy un salame si estoy tan cerca y no visito las tres rutas a distintos niveles de Mónaco, y que extienda un día el viaje. Si todo va bien, mañana recorro Mónaco.