Chile nos es increíble. Llegamos en colectivo después de 8 horas de sueño y 5 de maravillarnos con la Cordillera. Debe haber habido otras 7 horas, saliendo de Buenos Aires y charlando con Eric, porque el viaje fue de ~20hs. O tal vez viendo una película. Me sorprendí a mi mismo sorprendiéndome de mi mismo: me sería una complicación volver a recorrer esa ruta en bici. ¡Sería tan complicada y peligrosa! Pero cuando la hice a los 20 no era ni complicada ni peligrosa, por eso fue fácil. La despreocupación adolescente a veces tiene más energía que la preparación adulta.

Llegamos a la terminal, nos pasó a buscar nuestro padrino, Miguel. Toda la buena onda, diseñadores, relacionados a Start Up Chile, nos dejaron en el departamento de Eric y se fueron después de acordar salidas juntos. Nos instalamos, nos dimos un buen baño. Miramos por el balcón al Museo de Bellas Artes, miramos al acueducto, miramos los Parques, miramos al Cerro que hay en frente. Un departamento pequeño, moderno (rediseñado por una buena arquitecta) en edificio antiguo, alegre y luminoso, muy bonito. Un mobiliario poco ortodoxo y muy funcional del que se pueden tomar muchas buenas ideas.

Salimos en subte a completar unos trámites de escribanía por alquileres. Encontramos una capital tan grande como una capital y tan tranquila como una ciudad normal. Bajamos en la escribanía, tuvimos unos minutos para pasear, ver la gente caminando tranquila pero decididamente, y para mirar la cordillera de fondo. Charlamos con nuestro contacto en la escribanía de los trámites y de Chef Surfing. El nos confesó que no fue Chef independiente por no lograr demanda. “Es que no existía Chef Surfing”, respondimos sin actuar.

Volvimos caminando. Todos nos decían que era tanta distancia que se nos hizo corto. ¡Qué linda ciudad! Me doy cuenta que soy un vendido: el mejor lugar del mundo es siempre el último en que estuve (o el nuevo en el que esté ahora). Amé Pergamino en el Verano, amé Buenos Aires en el 2011 y en Marzo, y ahora ya amo Santiago. Tengo problemas de raíces muy fuertes… ¡en todos lados!

Caminamos por Providencia (movida y entretenida) y por calles de adentro (tranquilas y serenas). Sorprende que tan cerca de la avenida se encuentre tanta paz. Llegamos casi sin querer, luego de atravesar parques, a Bella Vista. Nos enamoramos de un pasaje, de unas iglesias, de la Universidad de San Sebastián. Sería como un Palermo Soho porteño, o un San Telmo porteño, es donde se concentran bares de todos los estilos en poquitas manzanas. Comimos buenos platos, nos hicimos amigos de la mesa de al lado (familia alemana que visitaba a su hija que turisteaba por meses), tomamos buenísimas cervezas nacionales. Charlamos de la vida y de Chef Surfing.

Y seguimos caminando a casa, bordeando el acueducto, donde ahora no sorprendían los murales de artistas urbanos como durante la tarde, sino las proyecciones de luces cambiantes que emitían columnas municipales, con similar arte. Sacamos buenas fotos. Llegamos al Museo de Bellas Artes por atrás. Subimos al departamento, y ahora vemos sobre el cerro nocturno a un Cristo iluminado.

Ya estamos emocionados, y todavía casi no empezó el viaje. ¡No esperamos que se estabilice!